Esta sustancia, también conocida como LSD o pepa, es una droga semisintética, que está elaborada a partir de un hongo. Sus efectos pueden ser desde alucinaciones visuales, auditivas, disolución del ego (el “yo” desaparece), percepción de la realidad distorsionada, sensibilidad y euforia extrema hasta la paranoia.
Su consumo puede ser oral, diluido en un papel secante (conocido comúnmente como “cartón”), un terrón de azúcar, gomitas o gelatina, que se coloca debajo de la lengua y puede tardar entre 30 minutos a una hora en “pegar”. En forma líquida, pueden inyectarse intramuscular o intravenosa.
También suelen “colarse” por el ojo, lo que consiste en colocar el ácido en la pupila. Al ser una mucosa, la pupila facilita que las sustancias sean absorbidas en forma rápida y directa, lo cual provoca que sus efectos se sientan en pocos minutos, con el consiguiente daño colateral.
Las personas que consumen drogas, en general, tienen una personalidad endeble, sin decisiones precisas y firmes, sin dominio de su propio yo, emocionalmente dependientes, depresivas permanentes y con un estado de ánimo oscilatorio y ciclotímico.
Al consumir esta sustancia puede “pegarles mal” y ello se traduce en síntomas observables y particulares: taquicardia, aumento de la presión arterial y la sudoración, temblores, dolores corporales y de cabeza, pérdida del control emocional, ansiedad y pánico.
Estos síntomas pueden continuar experimentándose por semanas o meses después de su último consumo, lo que puede generar trastornos del tipo psicológico. La consulta terapéutica, ante estos casos, evitará consecuencias indeseables.