La empatía es lo que da cuenta de nuestro proceso de humanización. Es lo que nos permite ver a los otros como sujetos semejantes, merecedores del mismo trato, de los mismos derechos y cómo quien nos puede llegar a asistir.
Tratamos a los otros de acuerdo a las cualidades que les hemos otorgado, en virtud de su belleza, educación, elegancia y conocimientos. El sujeto deshumanizado, en cambio, desprovisto de sensibilidad, no atribuye al otro de cualidades y niega su existencia.
Esta instancia conflictiva conlleva a la violencia social. Se trata de un proceso muy estudiado y analizado por las escuelas psicológicas y filosóficas, que la categorizaron como “la animalización”: grupos que expresan asco, enojo, odio, miedo o xenofobia, sentimientos que utilizan y con los cuales justifican el abuso y el maltrato para someter al otro.
Los otros son tratados como objetos, instrumentos y herramientas, lo cual conlleva que no sea tenido en cuenta ni su valor como persona, ni su intelecto, ni sus experiencias, ni sus sentimientos, ni sus procederes y actuaciones.
En la actualidad, el proceso de deshumanización también es observable en las políticas de algunos Estados del mundo, donde se fomenta la discriminación y el trato injusto, como la aplicación de penas más duras hacia grupos minoritarios y en la deportación de inmigrantes.
Desde el plano médico, el profesional debe poner el énfasis en los procedimientos instrumentales y tecnológicos, para poder brindar el apoyo emocional que el paciente necesita y requiere.