En muchas ocasiones, las personas decimos y transmitimos frases que generan revuelos y críticas por obsesivas y denigrantes. Éstas pueden diluirse de manera rápida cuando se transparentan y resignifican bien. Las palabras no sólo portan sentido: confirman lo que creemos ver y configuran nuestra percepción de la realidad.
Cada palabra que decimos es una imagen con significado. Por ese motivo, pueden ratificar lo que vemos como perfecto y apropiado, así como indicarnos cuando algo está fuera de lugar.
Lo esperado es que poder hablar de una manera pertinente, siendo precisos y eficaces. Pero cuando un sujeto tiene conflictos que trascienden lo habitual, muchas veces no es consciente de todos estos aspectos que deben ser tenidos en cuenta.
Esto puede devenir en relaciones de enfrentamiento, lo que provoca que los conflictos se acentúen cada vez más y aparecen los síntomas, rasgos, señales o características de una determinada conducta.
¿Cómo modifican esos síntomas nuestra percepción del mundo? Lo que percibimos es a través de los sentidos (oído, vista, tacto, gusto y olfato). Caemos en el error de pensar que percibimos la realidad tal cual es pero no ocurre así, ya que la mente puede hacernos creer algo que realmente “no está ahí”, como consecuencia de los conflictos que afligen a la persona de manera constante.
Un ejemplo de ello es la dispersión. Todos pasamos por este tipo etapas: vamos de un tema a otro o de una actividad a otra, sin parar y siempre corriendo. El estrés hace que el caos parezca todavía más y las dispersiones se convierten en incoherencias.
Esta incoherencia puede convertirse en una incapacidad para mantener el hilo de un pensamiento o una conversación. Si el estado de confusión persiste, si salta de una idea a otra, sin nexo aparente entre una y otra, es conveniente la consulta a un profesional especialista.