La inteligencia emocional es la capacidad para reconocer los sentimientos propios y ajenos, lo cual facilita el control de nuestros impulsos, regula el humor y nos provee de la flexibilidad para adaptarnos a situaciones nuevas, guiadas y dotadas de una gran intuición.
Tanto por la influencia de la biología como de la cultura, la mujer y el hombre tienden a diferenciarse en la manera de experimentar sus emociones. Tal es así que el cerebro femenino agudiza su capacidad de sentir emociones a partir de la pubertad, período en el cual aumenta la producción de estrógeno.
Esto provoca que las mujeres tengan una mayor sensibilidad ante los matices emocionales, así como una interpretación más profunda sobre los tonos de voz, la lectura de rostros y la comprensión de gestos, aunque muchas veces estos registros también están impregnados de su subjetividad. Por otro lado, el cerebro femenino también puede observar, imitar y reflejar posturas, ritmos respiratorios, miradas o expresiones faciales de otras personas.
Las diferencias estructurales y hormonales dotan a la mujer de talentos, habilidades, maneras de ser y accionar muy específicas, que se diferencian del hombre por lo cambiante de sus emociones, entre otros aspectos.
En aras de la evolución de la humanidad, es necesario sentar bases de igualdad en oportunidades, para ambos sexos y no utilizar las aptitudes femeninas como excusa de discriminación y violencia de género, tanto física como simbólica.