Ser optimista ayuda a avanzar en la vida, a no paralizarse y derrumbarse ante las dificultades, inseguridades o miedos, lo cual nos lleva a la posibilidad de tomar decisiones claras y concisas para salir airosos.
El optimismo es la predisposición a entender y analizar la realidad desde su aspecto más positivo y es una habilidad de los seres humanos que luego será transmitida al entorno. Las personas optimistas tienden a ser perseverantes, lo cual facilita generar acciones más exitosas.
El optimista está alerta a sus defensas inmunológicas, se muestran más activas frente a las dificultades, toman decisiones y adoptan mayor cantidad de medidas para crearse una red de apoyo afectivo y social.
En la vereda de enfrente están los pesimistas, personas que tienden a victimizarse: “No me sale nunca”, “Yo no sé si seré capaz”, “No tengo posibilidades“, son las frases más comunes en estos sujetos.
No es cierto que el victimismo provoque que las demás personas estén pendientes de ellos sino –por el contrario- dar pena y compadecerse de uno mismo alejará a los otros e incluso a la propia familia. Esta gente se da por vencida más fácilmente frente a la adversidad, se deprimen con facilidad y -muy a menudo- cuentan con una menor actividad inmunológica (defensas bajas).
La gente se aleja de las personas quejosas, malhumoradas, pusilánimes y sin perspectivas ni proyectos. En cambio, los que contagian emociones, se movilizan y promueven a vivir mejor, atraen a quienes se acercan a él.
Pero no todo está perdido. La ayuda profesional puede ayudar mucho al pesimista a cambiar el cristal con el que viene viendo las cosas para comenzar a encarar la vida con otra actitud, que lo ayude en lo afectivo y en lo profesional